viernes, 16 de septiembre de 2011

plaac

Desacostumbrado a manejar el Citroen por las calles de la Capital yo tocaba con dos golpecitos asimétricos - tuc, tuc - el nuevo claxon en algunas esquinas. Es una bocina de plástico rojo, con un ringtone algo más grave que el de las cornetas que se adosan al manubrio de las bicicletas. 
Si pienso el auto desnudo y yo sentado en él, la bocina está al alcance de la mano si uno osara pararse y acceder al motor quitando el techo, quitando el capó, izándose por sobre el parabrisas como un lobo marino y haciendo palanca, primero con los empeines de los pies en el volante, y luego sujetándose a él con los talones para poder arquear la columna. Sólo una idea por suerte. Hay que andar con cuidado. Desde que me aconsejaron que cierre bien el capó porque se me puede abrir en la mitad del camino que ando con ese miedo. Sobre todo después de que una vez, haciéndome el canchero, el techo embolsó y casi lo pierdo. Esto fue por Abasto una noche de verano. 
Hace poco sentí las puertas del Citroen cerrarse mansamente pero con tal estrépito que los oídos me quedaron zumbando por unos días. La irrupción del golpe disonante parecía el desbande total de la música de la road movie que estaba viviendo. Un sonido como el que hace la puerta del 168 cuando se estrella contra el caño del último asiento. Plaac.

n. gicovate

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