viernes, 6 de enero de 2012

Día de Reyes


Nunca volví a vivir un día de Reyes como aquel en que, recién llegada a una Asís de piedra y nieve, con un frío penetrante y un clima de misticismo como el que jamás antes había experimentado, mis pasos de turista y una evidente buena estrella me condujeron a la iglesia de San Francisco, centro geográfico y espiritual del lugar, justo en el momento en que empezaba la misa por la fiesta de la Epifanía. Envuelta en abrigo y en el calor que da la plenitud interior, escuché embelesada la celebración entera, cantada por los monjes franciscanos del convento aledaño, con sus túnicas marrones y unas voces que, lejos de ser celestiales, entonaban los mejores acordes de la gracia terrena. Esa tarde fui devota como nunca, dios se reveló en los cantos, en la belleza de los murales de Giotto que vestían las cúpulas de las capillas interiores de la iglesia milenaria, en esa sensación de libertad que sólo se tiene en viaje y en el abrazo de lo íntimo y el mundo adentro mío, en ese momento y en ese lugar.