lunes, 12 de septiembre de 2011


La tierra  caliente. Eso eran las vacaciones: esperar que bajara el sol o que al menos una bicicleta pasara por el camino. Pero en enero, ni el látigo de una bicicleta aparecía para cortar el aburrimiento. Estoy en la galería, acostada boca arriba, sobre el ladrillo. Mi hermano insiste en que lo acompañe al pueblo a comprar una coca-cola. Si venís te compro lo que quieras, pero yo  sé que después de cuatro kilómetros de sol él no va a comprarme nada. Dale, vamos acortando camino, cruzamos por lo de Wilber y después seguro que alguien nos levanta. Era ese calor que se te da por dormir. Sé que si cierro los ojos puedo pasarme toda la tarde buceando entre las piedras.


Mcc

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